Sobre los deseos y la cordura.

 

Ella quería sentir de nuevo. No sabía cómo, pero sí cuánto. Quería que su piel explotara, que sus labios se abrieran en un grito mudo, pues ya no recordaba qué era gritar. Lo quería tanto, lo deseaba de tal modo, que alguien escuchó su ruego.

La lágrima que nació fue tan dolorosa que se arrepintió al instante, aunque su mente no había grabado antes dicho sentimiento. Cuando se abrió camino por el rostro, poco a poco, hasta la boca y saboreó su textura supo en aquel instante que aquello era sólo el principio.

Él deseaba sentir un corazón latiendo en su pecho, su aliento, sus dedos moviéndose por primera vez sobre su cuerpo. Lo quería tanto, lo desaba de tal modo, que alguien escuchó su ruego.

Notó su primera exhalación como un huracán bajo su boca, sus ojos adquirieron un brillo febril al ver encenderse una llama en los de ella, sus manos notaron el pulso brotar de una piel de seda, sintió unos dedos aferréndose a su espalda.

Ella lo había visto desde siempre, el orgullo del hombre, la desesperación, el amor, el dolor, el odio, la soledad… Aunque nunca hubiera podido definir ninguna de ellas, las distinguía con la claridad de una mirada que nunca parpadeaba. Ahora recordaba cuánto había querido sentir su abrazo, aunque no sabía bien qué era aquello.

Su cuerpo adquirió una textura diferente, su pecho latía, no era de algodón, sus manos respondían a algún impulso que desconocía, y sus ojos se acostumbraron a la tenue oscuridad de unas pupilas que conocía bien. Su boca deseó entonces borrar el recuerdo de la lágrima, y atacó con un hambre voraz aquellos lábios que habían dejado de respirar por un instante. Y su cuerpo siguió aquel impulso, que no sabía explicar, y que tan poco le importaba.

Él cerró los ojos a lo que era su locura, pensó en las horas perdidas y en la compañía de quien nunca le había fallado, deshilachada ya, en un ricón de su habitación. No le importó saber que su mente había cedido a la horrenda fantasía de su infancia.

Ella notó su desesperación y supo que por fin era real, separó aquellos labios que parecían haberse fundido con otros y dijo su nombre, pues no había otra palabra en su mente, en todo su recuerdo de juegos a escondidas y remiendos. No sabía más, y no le importaba.

Él la tuvo y se entregó. Como nunca a nadie, como prefacio a una conclusión temprana. Y ella supo cómo. La habitación ardió, abriendo paso al sol de la mañana, que traía siempre cordura a sus fantasías oníricas.

Él deseó que aquello no fuera un sueño.

Ella que el día no se la llevara como cada amanecer.

No sabían cómo, pero sabían cuánto.

Lo querían tanto, lo deseaban de tal modo, que alguien en algún lugar del desierto de cemento y desidia, escuchó su ruego.

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3 respuestas a Sobre los deseos y la cordura.

  1. Milo dijo:

    Contengo mi respiración mientras me palpita aceleradamente el corazón!… siempre me pasa despues de leer buenos poemas y relatos. Este te quedó perfecto… 🙂

  2. einger dijo:

    Tan mistico y carnal a la vez … muy bueno

  3. kylerath dijo:

    Lo dicho, escribes como Dios… Pero en pequeñito 😉

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